sábado, 10 de octubre de 2009

La increíble historia de Margarita Luciérnaga. Parte I: la sumamente trágica pérdida de autocontrol


Margarita Luciérnaga era una enamorada de los caramelos de gengibre.

Margarita Luciérnaga también era una enamorada de los calcetines de lana.

Pero sobre todo, Margarita Luciérnaga era una enamorada de las ametralladoras Gatling.




Cada tarde, tras terminar las clases de sadomasoquismo, se dirigía hacia la capilla del barrio con aquella cara de serenidad y frescura que solo otorgaba la masturbación perianal con la última edición de consoladores profighter ( ella en realidad siempre había preferido la sencillez y sutileza propia del arte manual y las mil y una maneras de colocar el dedo índice mas tras la larga insistencia de su coinquilina respecto a los grandes avances en tecnología había conseguido convencerle para que diera un paso mas en su vida y se adentrara en el maravilloso mundo de las pilas y las revoluciones por minuto).




Pensó que a pesar de aquella serenidad y felicidad que le embriagaba cada día más, no era apropiado dejar de lado la atención a la iglesia. Era ya hora de confesarse. Concluyó que quizá ya había pasado demasiado tiempo desde la última vez que degolló a un ser humano atendiendo a sus necesidades psicópatas con el anzuelo y la caña de pescar heredados de su abuelo, él que siempre había enunciado con amor y efusividad que Margarita era la única nieta que merecía tal tesoro, pues como olvidar las veces que ambos disfrutaron leyendo libros de gran utilidad como "manual para un verdadero hijo de la gran puta (como ir del palo y que te sude la polla)", "ciento una formas de manipular, masacrar y extorsionar a un pueblo subyugado a la miseria" y "ser o no ser: 10 reglas básicas para ser un buen dictador ". Margarita siempre se tenía que esforzar en contener las lágrimas cuando se emocionaba al visualizar las encallecidas manos de su querido abuelito mientras montaba la recortada para liarse a tiros y sacudirse a hostias en la fiesta de maricones y lesbianas que se había anunciado en el barrio, o cuando se encendía un habano con la tez seria y la mirada trascendente justo antes de contarle un cuento para ir a dormir y justo después de meterse una ralla...



Efectivamente, aquel día dirigióse a la capilla sonriente, decidida y a pasos agigantados, pues ya hacía unos dias que le venía en gana charlar amablemente con el padre Inocencio.



El padre Inocencio había atestiguado todos los momentos importantes de la vida de Margarita Luciérnaga, el día de su bautismo, el de su primera comunión, el de su confirmación, y siempre había sido cómplice de sus confesiones, aconsejándole sobre el camino que debía escoger, para guiarla hacia el correcto sendero de la verdad, la ética y el camino del Señor. Es por ello que Margarita Luciérnaga admiraba de forma inmaculada al padre Inocencio, por eso y por su infinita adicción a dar por el culo a los niños del coro, ella siempre había pensado que el sexo anal que mantenía con aquellos muchachos era una buena iniciativa para adentrarles en el maravilloso mundo del odio a la humanidad y que obligarles a practicar felaciones entre ellos no era más que un ingenioso recorrido a la fraternidad entre amigos, era un bonita manera de dejar que los hombres mostraran cariño entre ellos sin sentirse avergonzados... en fin, el padre Inocencio siempre fue un romántico.


En realidad Margarita guardaba un secreto atroz en su interior, un suceso aleatorio le había perjudicado en cuerpo y alma y le había concedido una serie de abatares indeseosos que no la dejaban pensar con frialdad en los últimos planos, donde durante horas, en la oficina ,diseñaba máquinas de matar que a posteriori presentaba al gobierno formando parte de grandes archivos para recrear y ejecutar penas de muerte a los enemigos de la patria: socialistas, anarquistas, demócratas, homosexuales, negros, moros, subnormales, feministas, hippies, miopes y cualquier otra clase de desecho infrahumano que solo mereciera en vida... morir.


Pero últimamente le era casi imposible pensar en choques eléctricos, venenos letales por la vena, o guillotinas de fibra de vidrio... porque Margarita, señores, Margarita... Margarita... se había enamorado.


De un Paquistaní... de un Sij concretamente.


(continuará...)






















1 comentario:

  1. Que quedi clar que no em sap greu proferir l'evident menjada de polla que representa el que diré a continuació però el text, en general, és de les coses més brutals i espectaculars que he llegit en temps.

    I, en particular m'ha agradat molt el següent:

    ( ella en realidad siempre había preferido la sencillez y sutileza propia del arte manual y las mil y una maneras de colocar el dedo índice mas tras la larga insistencia de su coinquilina respecto a los grandes avances en tecnología había conseguido convencerle para que diera un paso mas en su vida y se adentrara en el maravilloso mundo de las pilas y las revoluciones por minuto)

    Sense mariconades, ni un puto punt ni una puta coma.

    Felicitats.

    Una salutació cordial.

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