Y después, tras mucho rato de vigilia, junto a la posteridad de las montañas, en el jardín de loco, envuelto de sus más etigmatizados recuerdos... Brida le dio un beso.
No hubo ningún tipo de explicación requerida, ni tampoco el sucesos de un murmullo latente que hiciera consciente el paso de los segundos. Todo era más bien , sereno y plácido.
Mirarle a los ojos, mirarle los labios húmedos, oler su cuello y acariciar el lóbulo con la nariz. No había lugar remoto en la Antártida que pudiera ahora enfriar su corazón.
Tras tanto alboroto visceral, tras tantísima incomprensión de su propio relato, solo Brida, con sus labios, con sus ojos, con su tan honesta sencillez supo ofrecerle al fin aquello que él aduviera buscando por todos los rincones del planeta...
... paz.
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