lunes, 24 de enero de 2011

Porca miseria.

Mira Dima, es que en realidad no hay secreto, sencillamente se trata de que todo lo que te joda, lo que te insatisfaga, lo que te moleste o lo que te agobie… a la puta calle…”

Entonces tomé el lápiz de color amarillo y negro con la mano zurda que tenemos la mayoría de zurdos y comencé a dibujar la silueta de una montaña… lejana, enorme, con el sol agazapado en el costado y la brisa blanca hiriéndole en la cima.
El algodoncillo que difumina la mina negra siempre consigue precipitar una atmósfera impenetrable, una hoja en blanco se vuelve en algo transgresor que toma forma punzante en el pensamiento, al rato el sentimiento se torna fugitivo y vuelve a ser la hoja en blanco.
Toda cuesta arriba supone una multitud de cíclopes que golpean la sesera y la petenera. La gota gorda que pretende inmolarme cae pegajosa adheriéndose al milímetro de piel recorrido, y la rodilla escaneada muestra una luxación indescriptible que no duele en ella misma…. Todo está en el corazón. Es la pendiente kilométrica que se describe a lo largo de nuestra vida y el ciclomotor ya está muy pasado de moda.

El dibujo no ha quedado penoso del todo, pienso en el transcurso del la pastilla gutural de ibuprofeno que se hace notar en su pasar por la garganta, ilusa yo pensando que el antiinflamatorio curará mi desamor. Decido pestañear por unas milésimas de segundo… con el tiempo gano dotes y pierdo reflejos.

Quizá la montaña que se describe en la hojaldrina de cartón no signifique nada, seguramente mañana nada habrá cambiado, pero el pedazo de espejo que no supe encontrar parece ser que quedo clavado en la víscera, así que el malestar ya no es venidero, es básicamente crónico… sin duda, para siempre.
Y sin reparo a parafrasear a una vieja amiga toca tomar dos opciones: “uno solo puede amargarse o aceptar sus miserias… entonces ya puede ser feliz”

Mis miserias… todo un gusto.

D.

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