jueves, 10 de diciembre de 2009

Gracias desconocida.


Fue como una predicción de las buenas.

La hoja del libro se sumó al llanto. Pero la finura y la perspicacia de su boca era cierta. Era real.
Aquella mujer emanaba fuerza, una vitalidad casi insalubre de tan inmensa. Sus manos pequeñas defendían un lecho de trigo que amontonaba día tras día cuidando de que le viento no quebrara el feudal. De cabellera canosa, hermosa en sus arrugas, surcos indefensos al paso de un tiempo precipitado y ganador.
Sí, el tiempo siempre gana. Siempre gana.
Y sus ojos no fueron ojos nunca. Fueron mirada del abatir soñoliento y de la pura plata que apaciguara mi vida. Mi vida volvió a nacer con aquella diosa, mi vida volvió a nacer y atrás quedo muerto el paso corto y exhausto que mis pies caminaran alguna vez al otro lado del camino.
Ahora yo era fuerte, com ella, como su piel fuerte, como sus mente fuerte, como su brillar fuerte.

Y decidí hasta el último infinito resbalar como los peces a las manos de las gentes tristes, sin pedir calderilla a cambio, sin un postre para pretender dulce en el paladar, sin dejar arañar la entraña ni postergar mi sinestesia.

Ahora no busco el mar.
Ahora vivo en la orilla para saludar al Sol cada día.
Buenas noches Luna.

D.




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