He estado últimamente dándole vueltas al por qué la película Elegy me dejó marca.
Me di cuenta de que me marcó más de lo que creía porque últimamente la he citado en diferentes conversaciones con diferentes personas para diferentes argumentos.
Había algo en el filme que no soy capaz verbalizar como me gustaría y que ha removido parte de mi médula espinal.
Algo quedó trastocado en alguna parte perdida entre mi razón y mis ganas de fumar.
Fue en realidad una película de esas que acabas viendo por causalidad, donde no hubo en ningún momento ninguna intención de verla pero todos ya sabemos que muchas veces los acontecimientos vitales dan por hecho, siempre sin tu permiso, que te ocurran cosas que no eliges.
Es una película latente...
Es una música melancólica (hoy melancolía sí es la palabra...)
Es una película trascendente.
No hablaré sobre quien la dirige o sobre quien la interpreta, porque para mi eso es irrelevante, como casi todo en esta vida (la irrelevancia siempre me salva del ocaso). No es una cuestión de nombres y apellidos de lo que quiero escribir... solo quiero hablar de la víscera.
Me fascina, amigos lectores, que la haya dirigido una mujer, eso es cierto. Porque de no saberlo no lo habría pensado nunca. Y es que son varios los temas los cuales la película trata, la soledad, la vejez, el amor, el sexo, la obsesión, el miedo, el paso del tiempo...
pero también habla muy precisamente de ese tipo de hombre el cual nunca siente que se hace mayor, el que nunca aprende a comprometerse, a sacrificar, a apostar por algo... ¿demasiado egoísta quizá? ¿demasiado miedica? ¿demasiado descorazonado?
Suelen ser hombres inteligentes, con gran nivel cultural, gustos exquisitos por la música, la lectura, el cine, el teatro, con estilo para vestir y para desvestir, magníficos amantes, entretenidos, interesantes, cautos, delicados y vehementes... pero siempre con esa losa tan horrible de no fiarse ni de uno mismo. Siempre con tanto miedo al fracaso. Siempre con tanto miedo al que dirán o no dirán, siempre con un pánico inmenso a una verdad que les haga caer de frente contra un suelo duro de cemento gris llamado realidad, llamado "esto es la vida", llamado "ya eres demasiado mayor".
Siempre, todos ellos, me parecen curiosos, entrañables...
Siempre todos ellos me dan un poco de pena.
¿Dije hombres antes? permitidme el machismo lingüístico por hoy, también de mujeres trataba el asunto.
En Elegy ha una línea conceptual arrolladora donde gota a gota se va exprimiendo el maltrago de mirarse al espejo del protagonista. Una reveladora encrucijada donde el personaje se siente perdido por el amor y por la soledad, donde ni tan siquiera la copa de whisky consolará esa noche la infelicidad suprema que recorre su ser, porque el tiempo (ése asunto peliagudo que mi corazón ocupa estos días) también le gana, le gana y le arrebata todo en lo que el apoyó sobre sus cimientos de valores artificiales, dejándole al fin sin juventud, sin amistad, sin compañía...
Hay una lección de vida que queda abierta, porque la trama es delicada y sutil, sin grandes escenas románticas ni grandes diálogos largos y aburridos, lejos queda ya la sofisticación errónea de Woddy Allen.
Aquí se habla de lo importante, queridos transeúntes, unos labios, unos ojos, y dos corazones... que es lo único relevante que tiene el pasar por aquí durante un tiempo...
D.