Los secretos que se esconden son palabras que no se dicen y miradas que ponen vendas a nuestros ojos.
Pero al final de la cuesta venidera, entre el murmullo y el dolor, la propia oscuridad alumbra a la farsa y le acusa de reincidente.
Los secretos son lágrimas de cocodrilo, o facturas de hotel en el bolsillo, son gritos acusadores al viento poniente y silencios rotos por el propio latido del corazón.
Las cosas que no nos dijimos se apoderaron de los arañazos en las tripas, y la furia con que nos miramos no era más que otra mentira para no decir que nos amamos.
Parece haber siempre un pecaminoso malestar que nos confunde el alma, chirría la distancia, se consiente al curandero, se compadece al bizco, y se olvida el ondulante y bello paraíso donde todo es tan fácil como darse un beso.
Hacemos con nuestros secretos que el agua de la lluvia, ligera y transparente, se torne crisma oleoso que impregna nuestro abrazo.
Decir lo que se siente. Sin nada más que ofrecer.
D.
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