Es un estigma. De por vida.
Que alguien te rompiera el corazón, una desgarradora intoxicación. Y no hay forma de curarse, si se ha amado de verdad... quiero decir de verdad. No de recorta y pega, o en plan formalidad. Hablo de verdad.
Hablo de cuando el aire que nos sale de la boca al hablar de esa persona es tan delicado que pudiera destronar a la caricia perdida, la que se posó sobre el tejado entre la piel y la melancolía.
De cuando un "sin querer" fue queriendo, y el querer queriendo un accidente en pleno beso de gallardía.
El posar de las manos sobre la cintura, y el vespertino anhelo de los cinco minutos anteriores a la llegada del otro... el maremoto descendiente entre su calavera y mi conciencia.
El estigma que te produce solamente la vida por querer vivir. Pero vivir de verdad, no de recorta y pega, o en plan formalidad. Hablo de verdad.
De cuando despertarse es despojarse de la prisa y respirar en vez de soñar que respiras, y rezar en lugar de creer que crees. Angustiarte ante la injusticia de corruptos mañaneros que temprano deciden arrebatar el pan a los intocables, así como alegrarte cuando el Sol sale o recorres y aderezas tu alma con crema pastelera.
El estigma, es el que te dibujas tú. Jondo, retorcido, opaco, encallecido... algunas veces, cristalino, brillante, atolondrado, incorregible, incurable... otras.
Y ni los expertos en causar daño ni los expertos en sufrirlo saben de lo que hablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario